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Pesca en el Altiplano Chileno.
Todo esto comienza varios años atrás, cuando me enteré, con sorpresa, de que existía pesca en el altiplano Chileno. Por el contrario de lo que imaginaba en aquél entonces, el altiplano tiene numerosas fuentes de agua: lagunas, bofedales, geisers y vertientes que emergen en distintos puntos del territorio, todos con una importancia ancestral para el pueblo Aymara, etnia predominante en la región altiplánica Chilena.


Para ellos Amaru -la deidad que simboliza el agua que corre por ríos, vertientes y canales- es parte esencial de su cosmovisión, y cómo no habría de serlo, si él es el único quien puede dar verdor y vida en esta región solitaria, yerma e inhóspita.



Para lo que unos consideramos suerte, y por motivos que no vale la pena detallar en este relato, algunas de estas remotas aguas fueron pobladas con truchas, de modo que hoy en el altiplano existen cursos de agua, en su mayoría vertientes o spring creeks, en los cuales es posible encontrar pesca. Son lugares excepcionales, de gran belleza escénica, aislados, donde difícilmente puede uno ignorar la carga espiritual que significa presenciar el milagro del agua en el desierto.

Para mí, todo lo anterior fue demasiado tentativo como para no intentarlo, así, después de un largo viaje (que tampoco tiene importancia alguna detallar) y sin saber muy bien qué esperar del lugar, llegué junto a un pequeño grupo de vagos trucheros al que sería el punto de partida de esta travesía, un pequeño pueblo altiplánico de la región de Atacama ubicado a 4.300 msnm.

El estero que habríamos de pescar distaba 10 kilómetros de nuestro punto de partida, sin camino para autos, lo que restringe enormemente el acceso al lugar. Nuestra intención era caminar temprano por la mañana, llegar a destino a medio día, pescar hasta la noche, dormir a orillas del agua y volver a la mañana siguiente. No está demás mencionar que a 4.300 de altitud el cuerpo reacciona de modos inesperados y la distancia existente entre partida y destino podría diferir significativamente entre el papel y la realidad.

Partimos temprano, sin carpa en la mochila para alivianar el peso, con algo de comida, mucha agua y por supuesto una bolsa de hojas de coca, algo así como el mate local. La huella del sendero que nos llevaría a destino se sentía añosa y mientras la caminábamos nos invitaba a imaginar su historia, cuantos chasquis habrían recorrido ese mismo sendero llevando las noticias del imperio? Nuestras teorías, que parecían tan ridículas como este puñado de pescadores caminando por el desierto, no tardaron en encontrar asidero: vestigios de habitantes de otros tiempos al costado del camino indicaban que el sendero fue transitado de manera recurrente en el pasado, o al menos así lo sugerían los morteros y guijarros rotos que hallamos.







Avanzamos a paso seguro entre llaretas y paja brava. Después de unas buenas horas de caminar, llegamos a un punto alto desde donde fue posible ver por primera vez el estero, el Amaru, que para nuestra suerte corría limpio. Ustedes podrán culpar a las hojas de coca -que debo mencionar ya no se sentían tan amargas-, pero estoy convencido de que fue la motivación de la intriga lo que nos permitió llegar a destino en un tiempo relativamente aceptable.

El estero corría en una quebrada, sus orillas, cubiertas de paja brava, eran el único sector verde – aunque en realidad amarillo- de todo el paisaje, de inmediato comprendimos la importancia de este pequeño curso de agua; Vicuñas, Piuquenes y Vizcachas poblaban sus orillas. Si bien las vertientes o spring creeks se caracterizan comúnmente por su tendencia meandrosa, algunas veces, y tal como pudimos apreciar desde la altura, en estos cursos de aguas el desnivel del terreno provoca que la estructura típica de un spring creek sea confundida con la de un río cordillerano de deshielo, es decir, con aguas rápidas e incluso secciones de aguas blancas.

Corrimos cerro abajo. Una vez en el agua, quisimos comprobar la existencia de truchas, que a fin de cuentas era lo que había motivado nuestra visita; bastó una breve mirada para entender que efectivamente allí estaban, no parecían ser grandes, pero a esas alturas tampoco parecía importar el tamaño.
Armamos equipo y entramos en trance. El delgado aire no hacía mella en nuestro entusiasmo. Comenzamos a caminar aguas arriba.

Intentamos mantener la concentración en la pesca, pero era imposible ignorar el escenario. Las sorpresas no paraban, incluso, el más curioso del grupo seguía encontrando vestigios y herramientas antiquísimas, entre ellas, puntas de flechas, ubicando así a este estero entre los lugares de pesca más especiales que jamás haya visitado. Todo fue dejado en el mismo sitio donde fue encontrado, el lugar ya había sido lo suficientemente generoso con nosotros como para siquiera pensar en profanar la memoria de los auténticos dueños de estas tierras altas, los Aymara. Mientras tanto, la pesca con ninfas de efímeras se hacía abundante, y a medida que subíamos por el estero cada nueva captura parecía superar a la anterior. Todas arcoiris.











La llegada del atardecer coincidió con el fin de las aguas rápidas, habíamos alcanzado la meseta altiplánica, la estructura del estero cambió radicalmente. Comprendimos entonces que era posible separar al estero en dos secciones principales: la primera que pescamos (la sección baja), corresponde a un spring creek con un desnivel capaz de provocar aguas blancas donde se mezcla gran cantidad de algas, buena oxigenación del agua y la presencia de bolones de piedra típicos de un estero cordillerano. El segundo segmento del estero (la parte más alta) corresponde a la estructura clásica de un spring creek, un curso de agua meandroso con gran presencia de algas y pozones no tan profundos como los de la primera sección, aunque con abundancia de estructuras para refugio de las truchas. La gran diferencia entre ambas secciones era la velocidad del agua, considerablemente más lenta en la parte alta, y la ausencia de bolones de piedra, siendo éstos reemplazados por la presencia de gravilla fina en el fondo del estero. Cayó la noche y buscamos refugio, encontramos una pirca precaria que nos protegería parcialmente de los rigores del altiplano, buscamos llareta seca e hicimos un fuego que nos dio breve abrigo, el cansancio nos hizo dormir. Los 4.400 msnm que marcaba el GPS se hicieron sentir en una de las noches más heladas que he pasado, el frío nos aplastó.



A la mañana siguiente una ruidosa Gaviota Andina nos hizo despertar; mas muertos que vivos intentamos incorporarnos, pero no fue hasta que los rayos del sol calentaron de forma efectiva que pudimos dejar nuestros sacos llenos de escarcha. Cual lagartija, estuvimos largo rato disfrutando del sol, una vez compuestos levantamos campamento –lo que es mucho decir ya que todo lo que hicimos fue guardar nuestros sacos en las mochilas- era hora de emprender la larga caminata de retorno. Sin importar lo empolvados, sedientos o incluso apunados que estuviéramos, disfrutamos cada paso del sendero de regreso.


Diego Guerrero F.
Owner / Head Guide
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